miércoles, 3 de enero de 2007

Entrevista a mi tía abuela.

29 de marzo de 2006
María Cruz Altabert Cuevas, autora de PROCESO A UN MAESTRO REPUBLICANO:
“MI EDUCACIÓN HA SIDO ANÁRQUICA”

Texto y Fotografía: Yolanda Altabert Gil

María Cruz, Maruja, Altabert Cuevas tiene 78 años. Ha vivido una etapa histórica crucial para España y ha sufrido en su propia piel la represión franquista. Su padre fue fusilado en 1940 por el simple hecho de ser maestro republicano, calificativo suficiente para ser tratado como problema de la “Causa General”. Maruja y sus hermanos tuvieron que crecer huérfanos de padre, pero eso es algo que queda ya muy atrás en el tiempo. Ahora ya son “yayos”. Maruja tiene seis nietos de sus tres hijas. Pero hace unos seis años, Maruja comenzó a investigar el proceso sumarísimo que había juzgado a su padre. Necesitaba reafirmarse en la idea que había tenido toda su vida de su padre, un hombre justo, honrado e incapaz de cometer las atrocidades de las que se le había acusado. Así comenzó su viaje, que le llevó a entrar en contacto con la Universidad de Valencia y con el programa para adultos Nau Gran.

Nuestro encuentro comienza en la Avenida Aragón de Valencia, donde hemos quedado para ir hacia la Universidad. Hace poco ha tenido problemas de salud y ha faltado a algunas clases, y no quiere perderse ninguna más. Me dice que voy a asistir con ella a una clase de Literatura Comparativa, en español. La profesora llega tarde y durante la media hora de clase a la que atendemos, Maruja presta más atención que nadie. De vuelta en su casa me hace pasar a su estudio. “Lo he diseñado y cosido yo todo. El ordenador – un Macintosh muy antiguo – me lo dio mi hija”. La habitación es muy luminosa, y estando dentro se tiene la sensación de estar en el camarote de un barco. Un ojo de buey, una campana con la palabra Titánic grabada, mapas de Valencia y de Europa, una red colgada del techo, y miniaturas de barcos aquí y allá. Hasta los libros que tiene apoyados en una estantería casan con el espíritu navegante de la habitación: dos ediciones diferentes de Moby Dick. También hay una cama, que ella llama “el diván del psicoanálisis”. Ahí se tumba para estar más cómoda y charlar durante un buen rato.

Maruja, hablemos de tu educación.

¿Antes de los siete años recibiste alguna?

¿Antes de los siete años? No, ninguna. Antes de los siete años, viviendo ahí en un pueblo... el parvulario..., yo no he ido nunca a un parvulario. Mi primer contacto con una escuela fue entrar yo a la escuela donde mi padre estaba dando clase, ser una inoportuna y una impertinente... Mi padre le decía a su mujer: “María, llévate a la niña de aquí, que nos interrumpe”.

¿Tenías siempre mucho interés, entonces?

¡Ah!, yo sí, yo siempre he tenido mucha curiosidad.

Con siete años empezaste la educación. ¿Con tu padre?

No, era en Albaida, en el grupo escolar, con una maestra. Yo no tengo el más mínimo recuerdo de haber recibido una instrucción de mi padre. Nos mudamos a Albaida para que yo pudiera ingresar en la escuela, aunque sólo la pude disfrutar un año, por la guerra. Yo estoy convencida de que si el alzamiento se hubiera producido en época escolar en vez de en vacaciones, la escuela hubiera seguido como si tal cosa. Mi padre no tenía ninguna intención de involucrarse en el asunto. El era un hombre que defendía la República, por su promoción tan concienzuda de la educación a la población. Una nación analfabeta, no se puede contar con ella para nada.

Con ocho años empezaste con un maestro que se llamaba Don Ernesto. ¿Qué te enseñó?

¡Ay!, pues me enseñó todas las cosas básicas que me sirven hoy en la vida. La pasión por la lectura, la pasión por hacer las cosas bien, incluso por pronunciar bien las palabras.

¿Usaba algunas técnicas especiales o distintas de ahora para enseñaros?

Sí, se usaba mucho la mnemotécnica. De mi maestro Don Ernesto tengo un recuerdo inefable. Él nos ponía a todos en corro y nos hacía leer de pie y procuraba siempre que estuviéramos atentos diciendo a cada quien de los niños que siguiera la lectura en voz alta. Don Ernesto sacaba su palmeta, y se procuraba muy bien de que las letras se pronunciaran como debían.

En tu libro dices que en la escuela erais chicos y chicas, de distintas edades, todos juntos en la misma clase. ¿Se aprendía más así?

No lo puedo contestar, puesto que no he conocido otro tipo de enseñanza. Lo que sí veo es que hoy en día mis nietos tienen unos libros muy bonitos, mucho material... Los que tienen interés aprenden, ya tengan más o menos material. Hoy los niños tienen una visión general del mundo en el que viven que nosotros no teníamos. Pero las cosas concretas elementales siguen aprendiéndose igual, con la misma edad, por ejemplo, yo aprendí a dividir con dos cifras con la misma edad que lo han aprendido ellos.

Antes cuando se enseñaba Naturaleza, cuentas que tu padre se llevaba a los niños a los alrededores para dar clase. ¿No crees que así era mejor, que se aprendía con más gusto?

Sí, claro, yo me acuerdo. Se aprendía con más gusto porque era más relajado, se podía jugar...Pero hoy... ¿a dónde te llevas a los niños? Si hoy hay que llevar a los niños de la mano todos el día. Hoy lo que hacen es llevarse a los niños de excursión de vez en cuando, que está muy bien.

En tu libro hablas de que tu maestro era el único que recibía un trato de don y cuentas que cuando llegasteis a un pueblo todos los vecinos vinieron a traerle presentes a tu padre el maestro.

Sí, era en Campijo, en el País Vasco. Vivíamos en un caserío que alguien había cedido al Estado con la condición de que se usara de escuela. Mi padre era el primer maestro que había por aquella zona. Claro que le tenían estima. ¿Sino los niños, adónde iban a ir? Los maestros eran una figura muy respetada, a ningún padre se le ocurría llamarle la atención al maestro.

Ahora reciben un trato de exigencia.

Los hijos ahora están muy mimados. Los padres no pueden decirles nada a los hijos porque entonces son unos tiranos. Si no le compran lo que venden en la tele les tratan mal. Pues entonces al maestro qué respeto le van a tener. Si un maestro se ve en esa situación, pues claro, cumple su trabajo y luego se va... Pero también los hay que siguen trabajando con mucho gusto y devoción. La televisión hace que el problema parezca más grave, sólo sacan lo malo y parece que está por todas partes.

¿De tu padre no llegaste a recibir ninguna educación académica, siendo él maestro?

No, para nada. Pero la pasión por aprender y enseñar era algo que conocí desde que desperté a la consciencia. Es algo que no he perdido. Desde el campo de concentración escribía a su mujer, diciéndole que tenía que procurar que yo entrara en el Bachillerato.

Ni siquiera en el campo de concentración dejaba de pensar en la importancia de vuestra educación.

No. Sus cartas son muy poquitas y dicen mucho. Son cartas que requieren más de una lectura, profundizar en ellas.

¿Cómo se interrumpieron tus estudios?

Cuando terminó la guerra se cerró el colegio y nosotros nos vinimos a Valencia a seguir la trayectoria vital de mi padre sin ser conscientes, en realidad, de lo que aquello suponía. Abandonamos la casa del pueblo y nos refugiamos en casa del familiar que pudimos. Cuando uno se traslada tampoco puede llevarse todas sus cosas. Mi madre se tuvo que deshacer de todo.

En tu libro afirmas que, después de eso, ya sólo te quedaba “la lectura desordenada y sin ninguna guía”.

Absolutamente. El hábito de la lectura siempre me ha producido mucho placer. Con un volumen en las manos me siento acompañada como de un cuerpo físico. Yo he leído todo lo que ha venido a mis manos: desde tebeos hasta libros que no sabía lo que querían decir. Mi padre tenía una pequeñísima biblioteca, con libros como Quo Vadis y cosas de esas, pero como hemos sido una familia itinerante, mi madre se tenía que ir desprendiendo de ellos, del exceso. Mi educación es muy anárquica y deficiente. Hubiera preferido otra cosa. Pero mi vida es esto lo que ha sido.

A los 13 años entraste a trabajar en una tienda. Pero dices que luego te apuntaste a unas clases de Academia.

Pues, para empezar eran clases a las que iba esporádicamente, cuando mi madre tenía un poquito de dinero me daba 15 pesetas para que me pagara una hora de clase.

¿Qué aprendías cuando ibas?

Pues iban alternado: matemáticas..., leer y escribir no. Por ejemplo, dábamos un poco de contabilidad, que te permitía ganarte la vida en una oficina, así como la mecanografía y la taquigrafía. Para las chicas con menos recursos era a lo máximo que podíamos aspirar.

Además en aquella época ya se suponía que las mujeres no debían trabajar...

Eso dependía de las clases. Las obreras han estado en la fábrica desde el principio, eso es otro ambiente... Trabajar, sí.

Cuando podías permitirte aquellas horas de estudio esporádicas te sentías satisfecha, ¿no es cierto?

Sí. También fui a un sitio que llamábamos la “Escuela de la Aguja”. Saqué una matrícula de honor. Aquello me dio mucha fuerza, porque yo en aquella época me sentía muy disminuida. Todavía guardo el diploma.

¿Cuándo entraste en la Universidad?

Entré aproximadamente hace cinco años. En el 2001. Cuando yo empecé a hacer el trabajo con el historiador todavía no pertenecía a la Universidad.

¿Y el libro entonces cuándo lo habías empezado?

Pues empecé en el 2000. Al principio sólo iba a ser una introducción que explicara un poco los documentos del proceso sumarísimo que le hicieron a mi padre antes de fusilarle. Acabó siendo una recopilación de mis memorias y de los documentos. Curiosamente, al añadir la parte personal, el libro ha tenido más aceptación. Hace poco se ha hecho una segunda edición y se ha presentado en cuatro pueblos el libro. Uno de ellos es Albaida, que es donde ocurrieron muchas de las cosas que cuento en él.

¿Aprendiste mucho escribiendo el libro sobre tu padre?

Sí, aprendí mucho. Sí, quería expresar con los términos necesarios y exactos lo que yo quería decir. Aprendí a investigar. Y aprendí a darle un sentido a la investigación que había comenzado para aliviarme un mal sentimiento interior. Quería limpiar la memoria de mi padre, que fue un hombre justo y bueno, muy honrado. Hay una poesía de Rovert Graves que cuando leí sentí que resumía a la perfección mi propósito. La estrofa final dice algo así como: Somete tu pluma a su escritura hasta que resulte natural firmar en su nombre (de los muertos) como el tuyo propio.

¿No tenía ninguna falta, tu padre?

Bueno, una vez le pusieron una denuncia por impartir catequesis a lo niños que iban a la escuela. En realidad les estaba haciendo un favor, porque era en aquel lugar que los niños tenían que bajarse toda la montaña para ir hasta el caserón donde estaba el colegio. A saber hasta dónde tendrían que haber ido para ir a la Iglesia. Pero la República prohibía que los maestros dieran Religión, eso era cosa del sacerdote. Así que, aunque estuviera haciéndolo por hacerles un favor a los niños, seguía estando mal.

Así que, después de toda esa educación anárquica, hace cinco años decides entrar a la Universidad, con la que habías establecido contacto mientras investigabas el proceso de tu padre.

Sí. La Universidad de Valencia había creado un programa especial para mayores, llamado la Nau Gran. Nos dan un diploma, pero no te tienes que examinar, sólo si quieres. Allí acuden los que tienen más pasión por aprender. Llegada a estas edades, ya no aprendes para sacar un producto práctico, sino por la pasión de ampliar conocimientos. La Universidad es universal, siempre te quedará un campo de estudio por conocer, muchos claros por llenar, que nunca se acaban. Hay unos Itinerarios, y cada uno se inclina por el que más le llama la atención. Yo empecé con el de Humanidades, y ahora estoy con el de Geografía e Historia. Me dijeron que no me desvinculara de la Universidad, así que decidí emprender otro itinerario, y aquí estoy.

¿Qué es lo que te atraía de la carrera de Humanidades?

Es muy variada. Yo creo que era lo más adecuado para mí, porque, ¿qué base tenía yo para ponerme en otra rama? Se estudiaban cosas de las que yo, a través de los años de lectura, tenía algún conocimiento. Así iba completando, redondeando las ideas. Así estructuraba mis conocimientos y los ampliaba. Todo esto debe entenderse sin grandes ambiciones, como es natural.

Como has dicho antes, por el placer de aprender.

Sí, por el placer de aprender, pero también por la necesidad de tener algo como obligado donde acudir. Tener una rutina, de decir, tengo que ir a este sitio, tengo que ir al otro.

A mí me gusta mucho escribir en catalán. Aquí le llamamos valenciano, con todos los derechos, pero sigue siendo catalán. Escribo toda clase de historietas o reflexiones.

¿Acudes a un taller de escritura?

Sí. Alguna historieta me la ha publicado alguna revista... De todas formas, me ocupo poco de eso, porque las labores del hogar ya son suficientes para llenar mi tiempo.

¿Vas a clase con gente de tu edad o con gente recién salida del instituto?

Con ambos. El programa Nau Gran nos da unas asignaturas troncales que son para darnos una base que a lo mejor nosotros no tenemos. Luego tenemos optativas, que son las que más nos gustan, en las que sí que compartimos clase con gente joven.

¿Cuándo vas a clase con jóvenes notas mucho la diferencia de edad?

No, no se nota. Lo que pasa es que los mayores en una clase de jóvenes destacamos mucho, pero somos muy bien acogidos. Con ellos he tenido, por ejemplo, clases de literatura rusa, de historia, de literatura comparativa... Las profesoras nos estiman mucho.

En una clase como Historia reciente, por ejemplo, supongo que vuestras opiniones, las de los mayores, contarán mucho, como un testimonio.

Sí, muchas veces te das cuenta de que, por el sólo hecho de haber vivido otra época tienes otro punto de vista, otro enfoque, que no deja de ser enriquecedor. Los jóvenes tienen una idea del tiempo pasado que no es la que se vivió.

¿Piensas que hay una barrera entre generaciones, que los miembros de generaciones diferentes se sienten como si procedieran de especies distintas?

Eso se dice, pero... La verdad es que a veces se siente y a veces no. A veces en clase me siento una más, y otras no.

¿Y en la sociedad en general?

Sí, yo creo que sí. Hay muchas veces que los jóvenes, cuando te explican algo, dan por hecho que no los vas a entender.

¿A crees que se debe esta barrera?

Yo creo que algo de incomunicación sí que hay.

¿No crees que puede tener que ver con factores históricos?

No. Yo creo que en mayor o en menor medida siempre ha sido así. La formación de la persona con arreglo a la edad influye mucho. Yo lo noto con mis nietos: cuando son chiquititos tienen mucho interés por lo que dices. Luego, sobre todo en la adolescencia, “¿para qué le voy a decir esto a mi abuela si no lo va a entender?”, es como si se situaran en un plano por encima de ti. Después cuando crecen ya no, ya te ven como si estuvieras tú en un plano más alto.

Tú no pudiste tener una educación completa y tuviste que entrar a trabajar con sólo 13 años. Los jóvenes de hoy en día no muestran interés por la cultura y la educación, incluso hay muchos que la desprecian. ¿Cómo te hace sentir esto?

Yo creo que eso es un tópico. Habrá jóvenes que sean así, pero no creo que sean la mayoría. Tengo mucha fe en los jóvenes, y creo que algunos aún son capaces de apreciar las oportunidades que les ofrece la vida.

¿No crees que si ahora la educación no fuera obligatoria hasta los 16 años habría mucha gente que preferiría no estudiar?

Yo creo que los jóvenes necesitan trabajar, tener la satisfacción de ganar su propio dinero. Si es alguien que no tiene la curiosidad por estudiar, pues igual prefiere ponerse a trabajar. Una de mis hijas prefirió ponerse a trabajar. Las otras dos fueron a la Universidad: una es historiadora y la otra maestra.

Cuando tu padre escribía las cartas, siempre hacía alusión a vuestra educación. Ahí se notaba que era una persona que sentía su calidad de maestro como algo propio, como algo de su personalidad. ¿Tú crees que ahora los maestros se sienten así, o que ven enseñar como un tedio, así como los alumnos ven estudiar?

Yo creo que no se puede generalizar. La pasión por enseñar nace con uno mismo. Los maestros suelen ser gente que tiene mucha curiosidad desde pequeños por saber, no dejan de preguntarse cosas. La curiosidad no es sólo por aprender, sino también por comprender aquello que no se entiende. Yo siempre que tengo una duda lanzo una pregunta al aire, que a lo mejor no me será contestada. Pero si no me hiciera esa pregunta, a sabiendas de que nadie me la va a contestar, nunca sabría la respuesta, aunque me la dieran. A veces esa contestación, tarde o temprano, te llega.

Tu padre, como dices en tu libro, era un gran amante del cine. ¿Qué valor crees que tiene el cine, que alcanza a tanto público, como medio educativo?

Yo creo que el cine puede abrir mucho los ojos con respecto al mundo, pero a menudo también te los cierra. En la posguerra el cine significó para mucha gente una vía de escape, y también una manera de darse cuenta de que había gente que vivía de otra manera diferente. Pero en cierto modo, algunas cosas también eran mentira y aún no teníamos la mirada entrenada para saber distinguir lo real de la ficción.

¿Recuerdas alguna película en especial, o alguna salida al cine que te marcara?

Sí. Es un secreto, que es la primera vez que lo voy a contar, pero que creo que está bien decirlo porque es como hacerle honor a mi abuela. Un día, poco después de que fusilaron a mi padre, vino a verme mi abuela. Imagínate cómo me vería: añade al aspecto físico, que estaba toda llenita de sarnas y heridas en las piernas, la carita de pena que tenía que tener. El caso es que ella, por alegrarme, me preguntó que qué quería. Y yo en mi inocencia pues le dije que quería ir al cine. En aquel entonces el luto era muy riguroso. Yo llevé luto por 3 años, desde los 12 hasta los 15 más o menos. Ir al cine estando de luto era algo impensable. Pero a mi abuela le daba pena verme tan triste y me llevó al cine a escondidas a ver Redención. Era una película de piratas, que a mi abuela le debió parecer un rollo, a ella lo que le gustaba eran las zarzuelas. Cuando salimos, volvíamos evitando a la gente, porque la sensación de pecado que teníamos era muy grande.

Tus hermanos estaban en un Asilo entonces.

Sí, ellos estuvieron dos o tres años y allí recibieron la educación que allí se daba, una educación básica. Tenemos una intriga porque hay un documento de 1944 que es un certificado de buena conducta de mi padre para que ellos pudieran ir a un colegio. Pero en 1944 mi padre ya había muerto y mis hermanos ya no estaban en el Asilo. Mi padre lo había pedido, pero hacía muchos años, y mi madre no tenía intención de que los niños volvieran a entrar en ninguna institución, así que no sabemos quién solicitó aquel certificado.

¿Sólo se hacía referencia a tus hermanos?

Sí, pero eso fue cosa del que escribió el certificado, que me excluyó porque era mujer. Mi padre jamás habría hecho eso, el contaba conmigo para todo lo que concerniera la educación siempre. Incluso en una carta que escribió para Franco antes de morir, pidiéndole, entre otras cosas, que sus hijos atendieran a un Colegio del Estado, se refería a los tres, por supuesto. Eso hubiera ido completamente en contra de sus ideales de igualdad.

Tus hermanos recibieron una educación básica en el Asilo, pero también una educación práctica. De hecho, salieron ya colocados en un taller. Ahora, los estudiantes salen del colegio con muchos conocimientos sobre sintaxis y ecuaciones, pero nada de práctica.

¿Crees que sería mejor una educación práctica para todos y que luego que cada uno se estudiara los campos teóricos que le interesaran?

Es una pregunta difícil de contestar. Lo que sí es cierto es que los chicos que salen de la Formación Profesional se adaptan mejor a los grupos de trabajo, a los otros les cuesta más.

¿Por qué crees que hay tanta reforma educativa?

Pues es una lucha de los partidos por imponer sus propias ideas, pero hay ciertas cosas sobre las que hay que ponerse de acuerdo y pactar. Sino lo que se hace es destruir.

Tú aprendiste mucho por tu cuenta leyendo libros. Hoy en día coges un periódico o el último best-seller y te encuentras con muchísimos errores de expresión y de ortografía.

Perdona que te interrumpa, pero la persona que hoy en día tiene un libro en sus manos con el propósito de aprender, tiene mucho más donde elegir, más recursos, que el que se encontraba en la misma situación antiguamente. No había tanta cantidad de libros al acceso de todos. El estudiante tiene muchos pozos donde recoger el agua necesaria para su instrucción.

Aun así, se supone que la gente que escribe estos textos con faltas, proviene ya de una generación que ha recibido una educación más completa y obligatoria durante más tiempo. ¿Por qué hay tantos errores? ¿Por despiste? ¿Por indiferencia?

Yo creo que estamos saturados de muchas cosas. Los excesos no son buenos.

Aprovecho esto de los excesos para preguntarte una última cosa.

Se suele decir que un hombre sabio no por ello es más feliz sino que más bien al contrario. ¿Tú crees que ahora la gente prefiere no saber de lo que pasa en el mundo para no sufrir?

Mi impresión es que sí, que a veces es mejor no saber, porque descubres algo que te decepciona o te indigna y te deja marcado. También se tiene la felicidad de sentirse completo el saber más.

¿Qué tendría más peso para ti: la felicidad de la ignorancia o de la sabiduría?

Hay gente que sí, que prefiere vivir en la ignorancia. Pero también hay gente que prefiere saber qué pasa para saber y comprender, aunque no le guste lo que conozca. Yo creo que la satisfacción de comprender las cosas da mucha felicidad, pero también da pena ver como las cosas se repiten, y que la gente sucumbe siempre por las mismas pasiones. Da pena ver que la humanidad no es coherente.

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